En 1990, cuando la televisión aún se sentía cómoda sirviendo fórmulas y sitcoms familiares, Twin Peaks irrumpió como un mal sueño lúcido: desconcertante, hermosa y profundamente inquietante. No era solo una serie, era un ritual colectivo, una pesadilla pop vestida de melodrama, crimen, comedia absurda y horror existencial. Su creador, David Lynch, no propuso una historia: invocó un misterio que no quería resolverse.
La pregunta “¿Quién mató a Laura Palmer?” fue solo un anzuelo. Lo que vino después fue una meditación sobre la oscuridad del alma humana, el trauma, la dualidad, el inconsciente y lo inexplicable. Twin Peaks es un espejo roto de América, donde la cortina roja y la Logia Negra reemplazan las respuestas fáciles con símbolos que retumban en el inconsciente.
¿Está por encima de Game of Thrones, Breaking Bad, The Sopranos, The Office, Seinfeld?
Depende de qué esperas de la televisión.
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Si buscas catarsis emocional y narrativa de precisión quirúrgica, Breaking Bad es tu altar.
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Si amas la mafia como metáfora del alma americana, The Sopranos es el camino.
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Si el humor absurdo y la cultura pop son tu credo, Seinfeld y The Office te abrazan.
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Si te obsesiona el juego de tronos del poder, entonces ya sabes a quién juraste lealtad… al menos hasta el final de la temporada 8.
Pero si lo que buscas es transcender el formato, sentir que la televisión puede ser arte, ritual, filosofía, angustia onírica y belleza abstracta, Twin Peaks no tiene rival. Porque Twin Peaks no se ve, se experimenta. Porque nadie, absolutamente nadie, ha llevado tan lejos las posibilidades del medio.
En 2017, Twin Peaks: The Return (temporada 3) no fue una continuación: fue una obra maestra dentro de una obra maestra. El episodio 8 de esa temporada es posiblemente el más arriesgado y poético de la historia de la TV. Lynch no solo rompe las reglas: se ríe de ellas y luego las redibuja con luz de neón.
Twin Peaks no es para todos. Es para quienes pueden aceptar que hay misterios que no se resuelven. Que hay belleza en el desconcierto. Que el búho no es lo que parece.
Y si alguna vez te quedaste mirando el abismo… probablemente, ya lo sabes.
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